NOVELA LOS DIAS DE UN ESCRITOR: LOS PRIMEROS AÑOS
La
mañana tibia dominical en que nací, desperté de la eternidad a la literatura
vigente y presente, no sabía que me esperaba una vida repleta de aventuras y de
letras contemporáneas. Nací un 01 de
Diciembre de 1974 a golpe de las ocho de la mañana. Ese día se recuerda el
descanso de Dios como su resurrección. Tengo cierto presagio que será un Domingo en
que deje este mundo y despierte sutilmente en el otro. En todo caso será un día
tranquilo. No creo llegar a conocer la ansiada vejez.
Nací
en el Hospital General de Arequipa, mis padres son Mauro Fernández Mendoza y María
Tula del Carpio de Fernández. Soy el segundo de tres hermanos. He sido inquieto
desde niño, vestía diferentes trajes, me acuerdo hoy de una camisa y short de
color anaranjado ambos. A los cinco años ingresé al Jardín San Francisco que
quedaba en la calle Jerusalén, debía haber ido supuestamente a los cuatro años
de edad al Jardín Calienes, pero no quise y la sapiencia de mi madre hizo que
fuera así.
Mi
maestra en el Jardín San Francisco se llamaba Elizabeth. Era muy entusiasta,
alegre y vivaz, nos animaba a jugar y a cantar. Allí aprendí a realizar mis
primeros dibujos y pinturas. Mi madre acertó en decirme que mi padre trabajaba
en las mañanas en el Colegio San Francisco, para de esta forma vivir
tranquilamente mis primeros años, con la certeza de que me acompañaban mis
padres. Debo confesar que mi padre trabajaba en la nocturna, no en la mañana.
Inteligente artificio maternal, así lo describo.
Solamente asistí un año al Jardín, no como en la actualidad que son tres años. En el San Francisco los alumnos de la secundaria jugaban fútbol en el patio principal, lo hacían a veces con la chapa de una bebida. En una de esas mañanas, uno de ellos me empujó involuntariamente y caí por las gradas, haciéndome heridas en las manos y en las piernas, me atendió rápidamente mi maestra Elizabeth, recuerdo que me hice una herida en una de mis uñas. Creo que este hecho no es casual, nos ha sucedido a todos de alguna u otra forma.
La
señora Francisca o Pancha era la que me recogía del Jardín al caer el mediodía,
ingresaba antes de las nueve de la mañana. Me deleitaban los dulces como hasta
el día de hoy. Vivía en la calle Zela 400 en el centro o Cercado de Arequipa,
detrás del turístico Monasterio de Santa Catalina Me resistía a regresar a casa
si es que no me compraban algún confite que animara mi regreso. Me sentaba
tercamente en la vereda y esperaba el dulce. A Pancha la vi años después
sentada en la Avenida Ejército, le di algunas propinas, ya estaba de avanzada
edad. El sentimiento de la compasión me ha acompañado siempre.
La
maestra Elizabeth nos enseñó a rezar con dulzura a más de veinte pequeñuelos
que vivíamos en la inocencia y en la candidez. Aprendí a rezar gratamente el
Padre Nuestro y el Ave María, todo se aprende a esa edad, el conocimiento nos
invita y hace de nosotros futuros lectores. Aprendí a leer algunas líneas de
algunos cuentos y poemas infantiles; entre ellos, leí algunos poemas de
Gabriela Mistral. Me entusiasmó la poesía. Realmente la poesía y la prosa me
van a alegrar siempre, estoy en deuda con Dios.
La
casa de Zela era de ladrillo y sillar, pasó temblores y terremotos, era de dos
pisos. Uno de ellos fue el terremoto de Agosto del 2001, pensé que las gradas
se derrumbarían y recé un Padre Nuestro. Esta casa la heredó mi madre de mis
abuelos. En el primer piso estaba la biblioteca de mi padre, la sala, el
comedor, el almacén y un patio. Algunos años tuvo inquilino este primer paso de
la casa donde viví con sosiego mi niñez
y juventud. En el segundo piso estaban las habitaciones, una sala donde
veíamos televisión, la cocina, el planchador y un patio de color rojizo, donde
había una gruta hermosa que invitaba a rezar plegarias en cualquier momento del
día. En ese patio dibujé con cierta sabiduría mi infancia. Hice muchas
travesuras e imaginé un mundo de juegos amenos y diversos.
El
Centro de Arequipa es único. Mi ciudad queda al sur del Perú, tiene costa y
sierra. Fue fundada en 1540, en su día se recuerda la Asunción de la Virgen.
Hecha de paisajes pintados por Dios en varios días de inspiración. En mi primer
poemario titulado Impronta, le dedico a mi ciudad algunos tiernos versos. Aquí
crecí, aprendí a sonreírle a la vida, me formé en la fe, discrepé de ideologías
incoherentes, leí en demasía, tomé algunos tragos demás y aprendí a ser un
escritor.
La
calle Zela era ligeramente empinada y algo descuidada por el gobierno
municipal, estaba entre las calles Bolívar y Villalba. Mi casa pertenecía creo
al reconocido centro Histórico de Arequipa. Transitaba sosegadamente por sus
calles e hilvanaba algunos versos ya desde niño. Mi ciudad tiene un encanto
peculiar y propio, no solamente se admira el sillar, también el volcán, que nos
atrapa con su majestuosidad. Dios creó inspirado esta ciudad del Perú. Este
país sumergido en problemas y posibilidades, como diría Basadre, que le falta
ser nación.
Arequipa
fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad el año 2000, somos más de un
millón de habitantes en ocho provincias. Somos la segunda ciudad del Perú, la
Roma de América. Vivimos protegidos por una franja de cordillera, su clima
antes era templado, que invita a todo forastero a quedarse o permanecer en esta
ciudad sureña y soslayo hermosa.
Escribí
este poema a mi ciudad cuando tenía quizás más de treinta abriles y está en mi
poemario Impronta como anteriormente relaté.
Arequipa, Arequipa
Nació un invierno bajo espada
española,
cuando Carbajal no quiso irse del
cielo azul,
que cubre el alma del valiente
mistiano
enfrentado a sí mismo en la
batalla.
Arequipa, Arequipa,
te oigo hablar de esperanza,
cuando el Misti rasga en su cima la
eternidad,
cuando Santa Catalina ora en
silencio,
cuando el juicio justo se oye en
plazas,
mientras yo despierto en tu suelo inquieto
y en tu litoral la mar
se hace serena.
Un yaraví de Melgar se canta esta
mañana,
para unir elegías a la vida
campestre.
Un montonero esconde el enojo
tras su deleite ante la campiña
celeste.
Arequipa, Arequipa.
Aún tus hijos no han entendido tu
esencia.
¿Por qué no te reconocen mestiza?
Arequipa, de la infancia de Víctor
Andrés,
del elogio de Bustamante,
de los poemas de Hidalgo,
de las milagros de Sor Ana.
Arequipa, novia del blanco volcán,
que oye el canto del sillar en la
misa de Cayma.
La ciudad que desea justicia y paz,
donde muchos no labramos la misma tierra.
Arequipa, déjame vivir en tu
recuerdo incaico,
no te lleves tu cielo y tu campo,
que estaré sentado en la placita de
Yanahuara,
mirando quién sonríe al verte
vestidita de blanco.
Arequipa
tiene nexos comerciales con Chile, Bolivia y Brasil fundamentalmente. Ha
engendrado diversos intelectuales, se caracteriza por ser católica en su mayoría
y ha sido cuna de diferentes rebeliones.
Mi
casa quedaba cerca de las calles Ugarte, San Francisco, Santa Catalina, entre
otras. Vivíamos detrás del Convento de Santa Catalina y cerca de la Casona del
Moral o Casona Williams. En el centro están sus egregias iglesias de San
Francisco, La Catedral, La Compañía y Santo Domingo principalmente. Mi ciudad
tiene aire poético y color mestizo en sus años, en los rostros de cada
habitante, en su Placita de Armas, en cada lugar donde irrumpe el alba con
cierto sigilo.
Conversaba
con cierta frecuencia con mi profesora de Jardín Miss Elizabeth.
-
¿Desde cuándo le gusta enseñar a niños?
-
Me incliné por la educación inicial
antes de culminar mis estudios en la secundaria- me respondía siempre amablemente-.
Miss
Elizabeth tenía un carisma muy especial. Tenía el pelo castaño, los ojos
negros, su piel era de color trigueño, muy simpática ella con todos. Se casó
dos años antes de empezarme a enseñar, todavía no tenía hijos en aquel
entonces.
-
¿Qué es lo más le gusta hacer en su tiempo
libre?- pregunté-.
-
Leer- me dijo -. Me entretienen los
libros de aventuras, me deleita estar al día con las noticias, todos los días
compro mi diario El Comercio. Además escribo en mi diario, como en la novela de
Mario Benedetti, La Tregua, muy
anecdótica.
-
¿Qué es una anécdota?- pregunté en mi
sana curiosidad-.
-
Es un relato breve curioso o divertido- me
dijo-.
Me
entretenía y me entretiene conversar hasta hoy. En la tertulia se aprende, el
diálogo nos sensibiliza y humaniza. Intercambiar ideas me fascina, de una buena
plática puede nacer también una relevante amistad.
Mi
madre fumaba poco, pero fumaba. Le gustaba leer en demasía, leyó las obras de
José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, los pensamientos de la Madre Teresa de
Calcuta, Ciro Alegría, entre otros. Mis padres eran empedernidos lectores,
sostenían diálogos eternos literarios especialmente, ambos estudiaron educación
y psicología en la Universidad de San Agustín. Escribía mi madre poesía en
secreto; ello supe tiempo después de su partida. Era devota de Sor Ana,
visitaba con cierta frecuencia el Monasterio de Santa Catalina, iba a misa
continuamente, fue una ejemplar cristiana. No me cabe la menor duda de que vive
en la eternidad, la describimos en la familia como una pequeña santa. Detestaba
la injusticia y el maltrato, se conmovía con facilidad el corazón tierno que
tuvo desde niña. Leyó y amó mucho, diría en extremo, mi padre no ha dejado
hasta hoy de rezarle y de llorar. Nuestro Creador la recogió de esta tierra
confusa un sábado de Agosto por la noche, ya han sucedido varios hechos en
todos estos años. La solía acompañar a su centro de trabajo, me conversaba
diversos y variados temas, me entretenían nuestras tertulias desde cuando yo
era niño, espero no dejar de serlo nunca, deseo tener esa alma siempre; pues
Dios nos quiere de esa forma.
Mi
abuelo murió cuando apenas ella tenía siete años de edad, mi querido abuelo
sufría del corazón. Fue juez, perdió algunos
hijos, creo que dos, por diversas causas de la época. Se quedaron en este mundo
mi abuela María y mi madre.
Le
escribí a la memoria de mi abuelo maternal este poema que en estas líneas lo
recuerdo.
Semblanza
Fue un
justo juez, cuyo juicio otorgaba sabia razón,
al indio, al hacendado,
al rico o al mendigo.
El destino no me
permitió la dicha de haberlo conocido,
solamente recopilé varias anécdotas e historias
maternales, de su sabio corazón.
Vivió siete años junto
a su niña alegría, siete oraciones juntos cada semana,
el tiempo necesario
para ser feliz y así poder prolongar la vida.
La enriqueció con relatos y besos en la fría serranía,
venciendo de este modo,
al tiempo de su pronta partida.
Expresión firme y
compasiva en la mirada.
Se quitaba el sombrero
de igual forma, para saludar a un vocal o a un obrero.
Hizo sentar en su mesa
a un hambriento, a un niño, a un desconocido.
Los nombres no son
casualidad, algo de mi abuelo debo tener yo.
Se despidió sereno un
otoño con estrellas de su niña alegría,
para ser su guardián,
desde aquel cielo de eterna fantasía.
La vida es un instante
que nos ha sido gratuito.
Hoy, los dos ya están
junto a Dios,
leyendo esta poesía.
Conversaba de manera frecuente con mi madre. La acompañaba de niño
a los lugares donde ella iba, me deleitaba con ello a mi breve edad. Cuando
compraba, sacaba la cuenta mentalmente y después verificaba si mi resultado era
el real. Tengo esta habilidad desde niño, me entretienen los números y las
cifras o guarismos; gracias a nuestro Creador tengo también buena memoria de
largo plazo, me olvido con facilidad hechos o sucesos recientes.
-
¿Qué estás leyendo mamá?
-
La Guerra del Fin del Mundo
de Vargas Llosa. Narra la guerra de las Yagunzos o campesinos y los militares
en el Brasil. El personaje principal es el Consejero Antonio Conselheiro.
-
Yo recién estoy aprendiendo
a leer. Leo algunos cuentos fantásticos, estoy leyendo La cabaña del tío Tom,
escrito por la americana Harriet Beecher
Stowe. El libro lo encontré en la biblioteca de la casa.
-
¿De qué trata?- me preguntó
bondadosamente, como solía hacerlo solamente ella-.
-
Del tío Tom, un esclavo que
trabajaba y vivía junto a su familia en la hacienda de los Shelby, luego es
vendido a uno de esos traficantes de esclavos. También cuenta la vida de Eliza
que huye de la finca.
-
La esclavitud es algo muy
cruel, contiene mucha maldad- me dijo mi madre-. Felizmente en el Perú ya no
existe ello. Con Ramón Castilla se abolió la esclavitud.
Mi madre tenía el corazón muy puro y compasivo. Debo confesar que
en la biblioteca de la casa se encontraban todos los libros, es una forma
infinita de describir una biblioteca. En mi segundo libro, el poemario Mi
Tiempo y Mi Mundo, tengo un poema titulado biblioteca, que lo dedico a mi hija
Belén, quien de pequeña decía tiernamente que había ido a la liblioteca del
colegio a leer.
Biblioteca
Naciste en
Oriente, en un templo lejano y antiguo,
y fuiste
barro, también pergamino.
Legendarias
son las Bibliotecas de Pérgamo y Alejandría.
Entre tus
pequeños y grandes libros, está el hogar de mi
alegría.
En tus
libros, encontré al Quijote con su valiente espada,
y me ha
dicho que regrese por las mañanas, que me espera
siempre.
Vi que en
uno de tus lugares, están sentados Dickens y
Cervantes
mirando a
Exupéry, quien le da su libro al Principito, el mismo
de antes.
Muy cerca
al Aleph, está la Biblioteca de Babel,
y unos
libros más allá, están los Proverbios y todas las
profecías,
que hasta
el último papel, no están todavía leídas.
Entre tus
inmensurables libros, mis preferidos escritores
están
dormidos.
Tu inmenso
saber, queda como semilla en cada bisoño lector.
Entre
muchas horas, noches, días, diccionarios y escritores,
me olvidé
de mí Biblioteca, pero no quiero de ti salir.
Porque
entre tus Heraldos Negros y mi admirado Borges,
quiero
vivir.
“Cada libro
es una biblioteca, cada pensamiento es un libro”:
Esto me ha
dicho Paz en un día con luna.
Solamente
tú Biblioteca sabes cuál ha sido tu primer libro;
quizás una
mitología en un pergamino, quizás morir en un
libro sea
mi destino.
Ayer
conversé ya de noche con Parménides y Aristóteles,
quienes
intentaron saber el origen del universo y me dijeron
que lo
leyeron en un Antiguo y Nuevo Testamento, ése es
ahora su
libro predilecto.
Y entre sus
capítulos e incisos, el universo a todo lector le es
nada
preciso.
Cada buen
hombre a tu tierno nombre,
puede
alguna ficción o verso, en el espacio de su tiempo
susurrar.
Otros
hombres, aquellos susurros leerán.
Y en la
historia del tiempo, que es muy cercano y muy lejano,
prevalecerán.
Naciste en
Oriente y luego llegaste a Occidente.
Tú no
duermes Biblioteca, estás despierta siempre;
para que
Quevedo o Bécquer sigan hablando del buen amor,
para que un
niño y un hombre de Nazareth, sea tu mejor
lector.
Ya debo
cerrar mi libro Biblioteca.
Mañana ya
regreso a encontrarme contigo y el Quijote,
quien tiene
nueva aventura,
quien me
espera siempre.
Las conversaciones filiales que tuvo mi madre conmigo fueron
realmente infinitas, a ambos nos entretenía conversar y amenizar la vida con esta
actividad amena y grata.
-
¿Por qué te gusta enseñar?-
le preguntaba espontáneamente y a menudo-.
-
Es mi vocación, las ideas de
los jóvenes me atraen, me atrapan como en un mundo aparte.
-
¿Dónde estudiaste?
-
En la Universidad Nacional de
San Agustín. Allí también estudié Psicología y un año de Derecho. Allí nos
conocimos con tu papá- me contestaba siempre con especial cariño-.
-
¿Cuántos hermanos tuviste
mamá?
-
Solamente tengo un medio
hermano, tu querido tío Rolando, que vive en Lima y trabaja en un banco. Tiene
tres hijos; tus primos Coco, Lula y Nancy. Coco es buen sacerdote y ha conocido
en persona al Papa Juan Pablo II, el cual tiene mucho carisma y considero que
es sabio, sabe hablar varios idiomas- me respondió-.
-
¿A quiénes admiras?
-
A muchas personas, a las que
tienen buen corazón y buenas intenciones. También admiro a intelectuales, a los
buenos escritores que tienen pensamiento humanista.
-
¿Es cierto que te salvaste
de morir cuando eras aún niña?
-
Es verdad, mis amigas no me
dejaron subir al tranvía y éste se descarriló.
A mi madre de cariño le decía niña. Es que toda ella y sus gestos
eran de una niña, de ello no tengo duda. Extraño aquellas conversaciones. Es un
hecho, las volveré a tener en la eternidad, allí me aguardan inquietos mis
seres queridos.
La casa de Zela tenía un patio de color rojizo en el segundo piso,
allí me entretenía jugando con mis hermanos. Con una pelota elaborada en base a
lana de calcetines, jugábamos fulbito en las tardes; la puerta del cuarto de
planchar era un arco y el pasadizo hacia la sala era el otro. La inventiva para
el juego entretenido no faltaba en casa, ni estuvo ausente en mi niñez ni
juventud.
Partía un plátano en rodajas y pensaba que eran hostias
consagradas, pues jugaba a que era sacerdote. Realmente nunca tuve interés en
serlo, aunque me atraen siempre los temas teológicos, he estudiado el Catecismo
y varias encíclicas, leo hasta hoy los evangelios y la biblia. Me compraba
hostias sin consagrar en el Monasterio de Santa Catalina, me gustaban mucho,
las comía poco a poco. En el patio montaba bicicleta, los recuerdos son varios.
Imaginaba estar en la playa, de la ventana del baño del segundo piso daba
discursos a la calle, imaginaba ser orador o político quizás.
Mi fe en Dios no la puedo negar a nadie, pues desde pequeño la
cultivé. Mis oraciones no conocen lugar y tiempo, simplemente rezo, pido
perdón, confío en nuestro Hacedor.
Iba a rezar al Santísimo expuesto en las iglesias La Catedral, La
Compañía, San Francisco, Santa Catalina y Santo Domingo, para que me fuera bien
en mis exámenes de fin de año. En mi colegio había una gruta donde acudía con
honor. Hasta hoy, añoro las semanas santas
que pasé. Se come por costumbre peruana arroz con leche, mazamorra morada y el delicioso
postre de chancaca.
Los primeros años están vestidos de fe, de credo; donde Dios hizo
morada en mi alma, pues hoy cada acto de mi vida intenta ser un gesto benévolo
a los ojos de nuestro noble Creador. La Iglesia Católica tiene historia negra
que aclararle al mundo, pero la vida y obra de Cristo es más poderosa que toda
fragilidad humana demostrada.Creo en la Virgen, a quien le dediqué este poema
en Mi Tiempo y Mi Mundo.
Madre del
Cielo
El
anuncio de Dios conturbó el esplendor de tu Nazareno corazón.
Doncella
elegida para ser Madre de todo y todos, también de Dios.
Así fue el designio divino, que el hombre más
sabio no puede comprender:
Creador y
hombres tenemos la misma Madre del Cielo, Madre de Amor.
Yo te imagino Madre con un manto protector y
una espada en tu corazón.
Yo te imagino Madre con una corona de perdón,
que aún cuida a su niño Dios.
Solamente puedo dedicarte cada día un Ave
María
y un
poema con versos pobres al pie de tu alma, que todo dolor calma.
¿Cómo es aquello que llamamos cielo o
universo, Madre de Amor?
Dímelo con el tiempo que tiene una oración.
Dile a mi Madre, que añoro en demasía volver a
verla,
dícelo con la brisa de tu ternura y tu fervor.
Cuando la tarde esté serena, te rezaré siempre
un verso de amor
y cuando admire por las noches tu firmamento,
miraré tus ojos Madre de Amor.
La primaria del colegio San José tenía una casa de retiro llamada
Manresa. La primaria tenía un solo piso, actualmente existe en este lugar la
Universidad La Salle. Mi mejor amigo en mi infancia fue Bruno, en mi familia le
llamaban “conejo”. Frecuentaba su casa y él la mía. Los recuerdos se tornan
innumerables para mí. Felicitas, fue mi profesora el primer grado, no sé si era
su nombre o apellido; me enseñó hasta el tercer grado. En ese entonces los
profesores enseñaban casi todos las materias o cursos. Tenía habilidad (aún
hoy) para los números y las letras. Mis materias preferidas eran Matemática y
Lenguaje.
Jugaba al fútbol, creo que algo bueno era para este mundial
deporte. Era hincha de la selección peruana y argentina. También jugaba al
básquet con cierta destreza, Fui un alumno muy aplicado y estudioso hasta la
adultez. Por el colegio pasa el río Chili, pertenece a la obra de la Orden de
los Jesuitas. Mi formación también es Sodálite en la juventud y pasada ésta. Mi
crítica (espero sensata) a los Jesuitas y al Sodalicio, pues hasta hoy no estoy
de acuerdo con algunas de sus posturas y comportamiento. Creo ser hoy un buen
católico, sé que Dios espera lo mismo de mí.
Me enseñó en cuarto o quinto grado la profesora Maruja, nos hacía
limpiar la clase los días viernes. Nuestra profesora de religión se llamaba
Lupita o Guadalupe, el amor platónico de todos, muy simpática y atenta ella,
con un carisma muy especial. Tenía el pelo algo rizado y era alta de estatura,
trigueña y ojos de color café.
Tuve buenos maestros en la primaria y en la secundaria, algunos de
mis profesores eran remunerados por el Estado, no sé por qué. El profesor
Alpaca me enseñaba Historia y copiaba todo en aquella pizarra verde, el modo de
enseñanza ha cambiado con los años. Fui muy amigo del padre Pitín y de Manolo
Cavanna. El profesor Barriga era Coordinador en la primaria, muy estricto él. Estos
fueron mis primeros años, entre el amor de mi madre y la letras. La literatura
me acompaña desde niño, me alegra realmente ello.
Esta es una novela breve autobiográfica,la primera que escribo, luego de haber publicado cuentos, poemas y artículos.
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