CUENTO LA VERDAD DE VIVIR
A mis amigos
La
primera vez que leí un libro con mucho interés, fue la novela de Mario Vargas Llosa El Pez en el Agua, de contenido autobiográfico, con datos y hechos
que me deslumbraron de principio a fin. Nunca antes había leído una novela que
me apasionara tanto. No sé exactamente, si fue la vida de Vargas Llosa la que
me embrujó literariamente o si fueron los nombres de políticos y pensadores de
gran renombre.
Lo
cierto es que, entre sus líneas dinámicas y amenas, me nació una vocación por
escribir. Ya lo había hecho antes, participando en algunos concursos
internacionales y nacionales.
Fue
aquel libro: El Pez en el Agua, el
que me inició en este oficio. Literatura es simplemente el arte de saber
escribir lo que nos dice el pensamiento, unido al alma. Es un modo de vivir y
una locura divertida. Yo encuentro en la literatura un placer enorme del
conocimiento y creatividad humana.
En
este mundo invadido por la telemática y la informática, somos muy pocos los
miembros de este arte y de esta gran desafío. Espero, que mi esfuerzo no sea
pueril ni estéril, que cada vez seamos más los escritores modernos, que se
inician en este fascinante mundo de las letras y la retórica moderna.
Este
es mi primer cuento. La Verdad de Vivir,
habla de la vida de Pablo Garay, muchacho de nobles sentimientos y condición
humilde, que comparte sus tardes y algunas noches con conversaciones
interesantes y entretenidas con el viejo Don Félix, quien es un novelista exiliado
por varios años en Buenos Aires, por el gobierno de Velasco Alvarado. Este
cuento ilustra el amor de Pablito por Verónica, su amor platónico, armonizando
sus vidas con la ilusión de un viaje de promoción a la ciudad de Iquitos.
Quiero enfatizar la importancia en estos tiempos de la ecología y recordarles
entre parajes y recuerdos la belleza inédita de nuestra Amazonía.
Todos
tratamos de encontrar de manera silenciosa generalmente, las razones de nuestra
vida, las razones del tiempo y en medio de esas preguntas queremos saber la Verdad de Vivir.
El
autor
Las
madres del pueblo mantienen esa fe envidiable a la ya canonizada Virgen de
Chapi, y además se acostumbra hasta hoy la peregrinación al Santuario de Chapi
(El primer día del mes de Mayo), que es una costumbre masiva e impresionante.
Pablito
estaba próximo a cumplir los diecisiete abriles, los cumpliría en Agosto. Ya
bajando por los arenales y saludando a Don Félix Llosa, quien era conocido en
el barrio caymeño como Don Fe, diminutivo que le pusieron los chicos traviesos
del lugar. Aquél era un veterano de una gran devoción a los santos y a la
Virgencita de Chapi. Vivía a dos cuadras de la casa de Pablito, entre unas
viejísimas tejas y unas paredes algo viejas.Era un viejo caserón de su padre,
que fue lo único que heredó cuando éste murió. Tenía escasamente algunas cosas;
dos ollas soldadas, un sopero, un par de platos, una cama de madera, dos trajes antiquísimos que le
dejó el abuelo y algunas frazadas que abrigaban su tristeza y soledad.
Pablito
era muy amigo del viejo Don Fe, quien le contaba muchas historias de la
tradición arequipeña, de su pasado, de sus caminatas infantiles a Characato o
de algún romance efímero con alguna paisana. A sus cincuenta y nueve años Don
Félix recordaba con nostalgia los años que laboró en el diario El Pueblo, en
donde permaneció gran parte de su trajinada existencia. Allí era un columnista
conocido y apreciado por casi todos, se ganaba la vida escribiendo artículos en
contra de la dictadura que gobernó al Perú a partir de 1963, con el ingreso de
Velasco Alvarado al sillón de Pizarro, luego, como era de esperar, fue
deportado a la Argentina en 1965 y retornó al Perú en 1981 durante el gobierno
de Francisco Belaúnde Terry, quien repatrió a muchos peruanos exiliados, hecho
que aplaudo.
Don
Fe nunca tuvo una cómoda ni acentuada posición económica, pues lo perdió todo
en un negocio que emprendió en la Argentina, en donde fue estafado por una
sucursal financiera y no tuvo más remedio que aceptar la oferta de repatriación
ofrecida por el gobierno peruano. Tipo audaz y valiente, soñador por naturaleza
y conversador por excelencia, aferrado a las letras desde muy pequeño, siempre
servicial y atento como aquella mañana de otoño, cuando respondió
respetuosamente al saludo de nuestro Pablito.
El
pequeño Garay siguió su camino saludando a algunos amigos del barrio como a
Beto, Pepe y Verónica, ésta última era el amor platónico de Pablito.
Ya
Don Fe sabía algo del asunto, porque Pablito alguna vez le contó, como buenos
amigos que eran. La tal Verónica, la chica coqueta del barrio, de tez morena y
ojos penetrantes, sutiles y tiernos como la expresión seductora de sus labios,
de pelo revuelto y silueta delgada. Era la chica perfecta para Pablito, su
delirio de amor, despertaba en él, un frenesí desesperado, loco y a la vez muy
enternecedor. Aquella mañana la saludó muy tímidamente y luego saludó con
abrazos fuertes a Beto y Pepe, a leguas se notaba la amistad sincera que los
unía por ya nueve años.
Beto
y Pepe eran un poco tardones para llegar a clases. Pablito era el más puntual
del grupo y a la vez ejercía cualidades de responsabilidad estudiantil. Es así
que Pablito dejó la tertulia y los apuró para llegar temprano y evitar el
castigo infalible del profesor Bernedo. Los esperaba como todas las mañanas
aquel enigmático personaje, temido por todo el alumnado, era robusto y de
mirada perdida, escasa cabellera y de muy mal humor cotidiano.
Aquel
hombre en su extremada apatía, tenía un poco de afecto por Pablito, por un
favor que éste le hiciera hace algunos meses, cuando lo encontró hurtando
flores del jardín, que está al lado de la gruta del colegio. Pablito guardó
silencio de aquel incidente y le prometió que callaría lo que había visto.
Desde aquel día el gorilón Bernedo le tenía cierto aprecio y gratitud, porque
esas flores que robó, fueron para llevárselas a su madre en su día.
Después
de formar todo el alumnado en el patio principal, el Director se hizo presente
(la sorpresa fue grande para todos) para llamar la atención al grupo de quinto
año por haber convertido el bosque de la institución en un nido de gallinazos,
siendo conocido el hecho de haber convertido el bosque del colegio en un
cementerio para estas aves. Aquellas cacerías eran cosa de todos los días, los
pequeños diablillos del último año hacían competencias de caza de gallinazos en
las horas libres. Terminada la formación cotidiana y las palabras acusadoras
del Director, se hizo de filas la juventud escolar rumbo a clases.
Aquel
colegio estatal de la barriada caymeña, en donde Pablito estudió toda la
secundaria, tenía aulas grandes como característica notoria, pero su apariencia
era patética a primera vista, gozaba de un paisaje envidiable, pues se divisaba
la campiña y el río, bastaba con alzar la mirada para contemplar tan hermoso
cuadro natural. Se sabía que el colegio era de los Hermanos Franciscanos, pero
casi nunca se los veía por aquellos lejanos lugares.
Los
días para Pablito realizaban la misma rutina, huyendo del enojo mañanero del
Sr. Bernedo, buenos profesores y aquellos que ni saben lo que enseñan, recreos
cortos y miradas celosas y escondidas a Verónica, a quien poca atención le
merecían las miradas de Pablito.
Ya
era casi fin de mitad de año y se aproximaban – para temor de muchos-, los
exámenes finales. Pablito distribuía su tiempo en visitas cortas a la casa de
Verónica, partidos de fulbito los sábados con los inseparables compinches de
barrio, y tensas noche de estudio en la casa de Don Fe.
La
señora Catalina, madre de Pablito, realizaba frecuentes viajes al interior del
país. La razón de estos ajetreos era la salud de su padre, el abuelo Vicente,
quien siempre preguntaba por Pablito, quien era su único nieto. La salud del
abuelo Vicente no marchaba del todo bien, pues andaba muy delicado del corazón,
ya había sufrido el año pasado un pre-infarto. Todos en su pueblo no le
avizoraban muchos años de vida.
Pablo
Garay nunca tuvo hermanos, no sabía lo que era jugar con alguien a temprana
edad, a quien tú conoces desde pequeño y lo compartes todo, una unión de verdad
más que de sangre. La señora Catalina, le decía a Pablito que ella no tenía la
culpa de que él no tuviera ningún hermano. ”La culpa es de tu padre, quien se
marchó cuando tú eras un niño”, le decía algo seguido. Su padre Carlos se
consiguió una mujer más joven que su madre y se fue con ella a las minas de
Marcona, les dijo antes de irse que regresaría para la Navidad.
Es
así que Pablito nunca conoció bien a su padre. La imagen que aún le daba
vueltas en la cabeza era de un tipo callejero y poco unido a la familia de su
madre, lo recordaba con poco cariño. Pablito no tenía otro mundo más divertido
que la vida de barrio y las tardes conversacionales con Don Félix, fueron
incontables aquellas tardes.
Fueron
muchos temas para la tertulia. A Pablito le interesaban aquellas interesantes
historias cuando Don Fe era joven, enamorado de las letras, las mujeres
arequipeñas y las noches acompañadas de un buen ron. Don Fe tuvo la misma
infancia que Pablito, pues nunca tuvo apoyo paternal, su madre andaba siempre
atareada con el negocio de la venta de artesanía peruana de los andes. La
infancia de Don Fe tuvo episodios desagradables, pero fueron las lecturas de
aventuras francesas e inglesas las que supieron llenar aquellos vacíos.
En
algunas de esas visitas prolongadas de Pablito al aposento humilde de Don Fe. Este
último le contó algunas de esas aventuras de chiquillo travieso. Le narró la
anécdota que Don Fe llamara “sin salida”, refiriéndose a los años cuarenta,
cuando aún estaba terminando de cursar la primaria, Don Fe ganó un concurso de
poesías a nivel departamental, el premio fue una visita turística a la ciudad
de Iquitos (región poco desarrollada económicamente en ese entonces), el viaje
fue largo en bus y algo movido en avión. La estadía fue acogedora, las visitas
a parques zoológicos fueron muy divertidas, nunca antes soportó tanto calor en
tan poco tiempo. La comida un poco extraña a su fino paladar y los viajes en
lancha por el inmenso Amazonas, fueron su máxima felicidad de niño travieso.
Así
pues, en una de esas visitas a parques zoológicos, Don Fe con sus amigos de
colegio, se separaron del grupo guía y se internaron por una trocha que
conducía a tres kilómetros de selva virgen. La caminata se hacía pesada y sus
otros compañeros de escuela, se percataron de la ausencia de cuatro compañeros
de salón.
Don
Fe y sus “secuaces” comenzaron a sentir un leve temor. Se hacía tarde y no
encontraban el camino de regreso. Uno de ellos cayó en un profundo fango de
lodo, otro había sufrido un rasguño en la pierna izquierda y Don Fe les decía
que había visto una serpiente.
La
tarde se hacía ligeramente noche y la selva ofrecía un panorama enigmático y
desolador, los recursos de reserva que tenían ya casi se agotaban, el pánico
tenía cuatro pequeñas víctimas. El pequeño Félix parecía ser el más tranquilo
del grupo, los otros tres temblaban cuando escuchaban unos relámpagos que
predecían el inicio de un fuerte aguacero.
Eran
cuatro niños que estaban totalmente perdidos. Ya para ello el grupo de sus
compañeros con el guía habían informado a las autoridades policiales de la
ciudad. Juan-uno del grupo extraviado-, encontró una choza abandonada
aparentemente. El grupo decidió acompañarlo. Entrando a una rústica vivienda y
tratando de localizar a alguien, encontraron para suerte suya, unas telas y
frazadas viejas, en medio de múltiples telarañas.
Comenzó
a llover y parte de la choza se comenzó a derrumbar. Su asombro fue grande
cuando observaron salir de entre las húmedas pajas a un nativo. Juan salió
corriendo, llegando a refugiarse entre unos matorrales, otros dos, se tiraron
al suelo, mientras Don Fe quedó quieto como un mármol. El nativo hablaba un
poco el español, lo que no dificultó la comunicación. El pequeño Don Fe le
preguntó con cierto aire infantil:
-
¿Quién es usted y qué hace a estas horas
en medio de la selva casi calato?
-
Soy un Bora, respondió tímidamente el
nativo (quizás su sorpresa fue mayor que la de los cuatro niños perdidos).
El
pequeño Don Fe se acercó y le dijo que necesitaban ayuda, pues se habían
perdido desde horas de la tarde. El nativo no vaciló en darles ayuda. Los llevó
a su tribu, les dio algo de comer y un poco de ropa usada para protegerse de la
lluvia. La tribu no estaba lejos de aquella choza vieja, los nativos eran casi
veinte y parecían ser cordiales, más aún si éstos eran niños. Una nativa Bora,
curó de las heridas a los visitantes con plantas aromáticas, bebieron un poco
de masato (refresco hecho en base a yuca tropical), el miedo ya desapareció un
poco. Decidieron descansar un poco, en medio de pajas y ropas viejas.
Ya
a casi a horas del alba, el pequeño Félix despertó muy preocupado y dijo: Nos
deben andar buscando como locos. El nativo que los encontró en la choza
antigua, los llevó a un paraje repleto de árboles inmensos y exuberante belleza
natural. Desde allí, observaron el más hermoso de los amaneceres. La vista
desde aquel paraje predilecto para el cordial nativo, comprendía la magnitud
del Amazonas, y el resplandor del sol que incitaba suavemente el despertar de los animales del
bosque. El alba no pudo encontrar mejor lugar para despertar, de nidos
escondidos se escuchaba un bullicio vespertino y candoroso de aves, que
revoloteaban en el día y la tarde, se desprendían no muy a lo lejos, bandadas
de múltiples géneros y especies, otras posaban ligeramente sin tratar de llamar
la atención en manantiales cristalinos que completaban la perfección ecológica.
Nunca antes el pequeño Don Félix había contemplado este cuadro maravilloso, a
igual que sus tres amigos.
El
regocijo quedó plasmado en la mirada y asombro de los cuatro niños. Quizás fue
el haber presenciado el magno evento natural o el percatarse de la festividad
con que los nativos celebraban la llegada del benigno sol.
Creo
que la naturaleza y el mundo tienen algunos lugares, que nos están esperando
para admirarlos, robándonos parte de nuestra vida, que se queda en esos
paisajes para siempre. Ciro Alegría nos narró en la Serpiente de Oro, la riqueza amazónica y los ríos que confluyen en
nuestra selva. Una narración loable, que nos contacta con la vida de otros
lugares lejanos que conforman la geografía peruana.
-
¿Y qué paso luego?-preguntó eufóricamente
Pablito-.
-
Nos encontraron en medio de una danza
nativa, de lo más felices, como si no hubiese ocurrido nada. Todos nuestros
compañeros de otros colegios nos
preguntaban curiosamente sobre nuestra aventura, les pareció fascinante el
hecho de habernos extraviado en plena selva. Nos despedimos de aquellos nativos
amigos, me dio mucha pena alejarme de allí. Pero, hice la promesa firme de
regresar-concluyó Don Félix-.
Al
día siguiente en las clases, Pablito pensaba en lo interesante que sería el
viaje de promoción a la selva, se ilusionaba con la idea de vivir aquella
historia, que la noche anterior le contó Don Fe.
Pasaron
algunos días finales de Julio, el invierno se hacía más crudo y la rutina era
casi la misma. Se llevó a cabo una reunión de Consejo de Promoción, en el
gabinete principal del colegio, entre ellos estaba Pablito. La decisión final
no se hizo esperar, acordaron mayoritariamente el viaje a Iquitos, la alegría
de Pablito fue enorme.
La
tarde de aquel día, Pablito corrió velozmente a la casa de Don Félix para darle
la buena noticia. Don Félix compartió la alegría de su amigo. Un par de copas
de vino, para celebrar los preparativos del viaje.
La
alegría era más que evidente en el grupo de Pablito, los días comenzaban a
contarse (faltaban dos semanas para el mencionado y anhelado viaje). Pablito
fue a visitar a una tía lejana de la familia, la visita tenía un segundo
propósito: conseguir un préstamo de la tía Josefa para financiar el viaje. El
préstamo fue dado y Pablito regresó aquella mañana de sábado con la alegría a
flor de labios.
Escuchó
un día un comentario al frente de su ventana, una conversación entre su vecina
“La Pancha” y Don Roberto Barrantes, quien era el bodeguero del barrio. No pudo
escuchar con exactitud lo que hablaban estos dos silenciosos y cautos
personajes. De lo poco que pudo escuchar, a través de una rendija, fue la
noticia de que el viejo Don Félix no andaba muy óptimo en salud. La sorpresa
fue muy amarga y Pablito se preguntaba:¿Pero si solamente tiene 59 años?
Decidió
confrontar la noticia. Se apresuró en llegar a la casa de Don Fe. Tocó la puerta
y nadie salía. Desesperadamente pensó que algo malo estaba ocurriendo en el
interior. Escaló unas graderías traseras y forcejeó una ventana, por la cual,
pudo ingresar. Al entrar sigilosamente no encontró a Don Fe en el interior de
la casa. Encontró un panorama algo desolador: retratos de una mujer pegados en
esquineros, pastillas para dormir alrededor de la cama, algunas poesías y
escritos con letra y puño de Don Félix. Supuso entonces, que aquellas cartas de
amor eran para la mujer del retrato; una mujer hermosa, de tez blanca y ojos
claros muy grandes, de sonrisa agradable y apariencia tranquila. Comenzó a atar
cabos y llegó a la conclusión de que esa mujer fue el gran amor de Don Fe.
Decidió esperarlo, pasó la tarde acompañado de libros poéticos, cartas de amor y fotos de antaño.
En
eso entró Don Félix al pequeño recinto y encontró a Pablito leyendo su
correspondencia, se puso iracundo.
-
¿Cómo es posible que leas mis cartas?
Aquello es sagrado para mí, le dijo Don Fe.
-
¡Perdóneme Don Fe! Solamente quería
saber qué es lo que le pasaba, le respondió con cierta tristeza.
La
mirada de angustia del viejo Don Fe presagiaba malas noticias para ambos, pero
Don Fe prefería callar. Pablito entendió aquel silencio y no preguntó nada más.
Se retiró y Don Fe se quedó solo, su pensamiento intentaba perturbarlo.
El
rumor aquel de los vecinos era cierto, pues Don Félix no estaba bien de salud.
Aquella tarde había ido a visitar a Alfonso Benavides, un amigo de muchos años.
Benavides era médico cirujano especialista en cardiología, amigo de escuela y
carpeta. Fueron varios lustros los que disfrutaron juntos, en medio del albergue
y encanto natural en donde plasmaron la algarabía de su niñez. Alfonso
Benavides estudió medicina en la Universidad Nacional de San Agustín, mientras
Don Fe realizaba sus primeros intentos poéticos y escribía artículos con un
regular salario. Benavides siguió una Maestría en Cardiología por una beca que
ganó para estudiar en España, mientras que Don Fe fue deportado a la Argentina
por redactar artículos de contenido anti-dictatorial.
Don
Félix no se sentía bien, por eso, fue a ver a su amigo. Su corazón estaba muy
delicado, podía sufrir un infarto en cualquier momento, le aconsejaron guardar
reposo unos días. Las recomendaciones de su amigo Alfonso- que desde luego, no
cobró centavo alguno- fueron muy claras, le prohibió el cigarro y el alcohol, le
recomendó hacer caminatas diarias.
Don
Fe recostado en su lecho, miraba detenidamente las fotos de su amada y contenía
su llanto en su esperanza. La extrañaba mucho, en uno de los retratos, en su
margen inferior decía: “ A Patricia, lo mejor de mi vida, lo mejor de mis
sueños”.
Cuando
Don Fe residió en Buenos Aires, en uno de esos suburbios gauchos, sobrevivía
escasamente con sus publicaciones periodísticas. La vida era muy dura en la
Argentina iniciándose los setenta. Tuvo en actividad la realización de otros
quehaceres, como la reventa de libros peruanos, comentarista radial y
bibliotecario en sus años de estadía en el país del sur.
Su
exilio a la Argentina decretado por el gobierno cambió su vida taciturna a
actividades diversas. Sus artículos causaron conmoción en aquel país, de fondos
literarios algunos y otros de temas políticos, hablando en contra de la
dictadura Velasquista, de la Revolución Cubana, hasta de temas deportivos. Fue
uno de los periodistas más conocidos en el ámbito cultural argentino. Fue por
esos años-que alguna vez le contara a Pablito- que conoció al genial poeta
gaucho Jorge Luis Borges. El diario “La Prensa Nacional” le encargó hacerle una
entrevista a Borges, ni tonto ni perezoso, Don Félix aceptó. La invitación fue
cursada al poeta moderno, quien aceptó gustosamente.
Fue
una mañana de verano de 1974, Borges en su sencilla residencia en Buenos Aires
recibió, por intermedio de su secretaria a Don Félix Valverde. El encuentro fue
muy placentero para ambos, Don Félix aún no salía de su grato asombro. Para él,
ese momento era un sueño cumplido, y además no sabía por dónde empezar la
entrevista. En el transcurrir ameno de esta tertulia literaria, Borges le
comentó que sabía de sus escritos y de su exilio por el gobierno peruano, la
sorpresa y alegría espontánea de Don Félix no se hizo esperar.
Hablaron
de poesía latinoamericana y mundial, tocando los libros poéticos borgianos: “Fervor de Buenos Aires”, “Elogio de la Sombra”, “El Oro de los Tigres”, “Luna de Enfrente”, “Historia de la Noche”, “Cuaderno
de San Martín”, “ El Otro, El Mismo”,
etc.
Conoció
a un Borges pasivo, de respuestas cortas, añadiendo acápites inteligentes, que
señalaban el magno conocimiento de este ilustre escritor y poeta. Un
conocimiento de la vida, tratando de hallar magistralmente la respuesta a la
esencia humana. Borges tenía un entrañable amor por su tierra: Buenos Aires, a
la cual le dedica tantísimos versos melancólicos y ejemplares. Trata con
inmenso cariño a muchos personajes,
encontró un Borges tranquilo, muy sencillo y con un léxico envidiable.
Nuestro
Don Félix trató de hacerle las mayores y mejores preguntas posibles; incluyendo
en ellas, interrogantes e inquietudes sobre la opinión que le merecía la
literatura peruana, poniendo en tela de juicio cultural, la obra de César
Vallejo, José María Arguedas, Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y otros
exponentes de mérito.
No
tenía el notable escritor argentino mucho conocimiento de la literatura
peruana, pero si la respetaba completamente. Conocía algo de la vida de
Vallejo, sus poesías y la importancia de sus versos, simpatizaba con la obra
del poeta peruano. Ya había oído hablar de Vargas Llosa, que en esos tiempos ya
gozaba de cierta fama hispanoamericana por el boom literario. Se mostró
interesado por el aporte de la literatura peruana a la literatura
latinoamericana. Era grande su interés por el nacimiento de nuevas corrientes poéticas, presagiaba
igual que Pablo Neruda el nacimiento de nuevos literatos y gestores de nuestra
cultura, mas no se equivocó Borges en aquella precisa apreciación.
Fueron
tres horas de conversación ininterrumpida, el sueño de Don Félix habíase
cumplido. Aquella tertulia culminó con la opinión del entrevistado sobre hechos
mundiales: Borges dijo que la poesía hablaba del hombre y no de tantas guerras.
Aquella tarde ameritaba que Don Fe la tratara como anécdota extraordinaria de
los años setenta en su vida. Don Félix le pidió muy cortésmente algunos
apéndices, ficheros y toda clase de información acerca de la literatura
argentina que pudiese tener, así como datos y citas resaltantes acerca de la
obra poética de Neruda y Rubén Darío. Borges le ofreció otorgarle copias
fidedignas de su fichero personal, acerca de los apuntes que tenía sobre poesía
americana. Le dijo que se contactara con una de sus asistentes: Patricia Gómez.
Borges hablaría previamente con ella. Es así que aquella tarde llegó a su fin.
Don Félix le prometió hacerle otra entrevista en corto tiempo.
Al
día siguiente de la entrevista, se contactó a primera hora con la Srta.
Patricia Gómez, que al poco tiempo dejó aquel trabajo por motivos personales.
Fue a través de Borges que Don Félix conoció a la secretaria Patricia. Le
pareció una mejor encantadora y muy amable desde un principio. En cambio, a
Patricia le pareció un tipo intelectual con cierta suerte en la vida.
Buenos
Aires y la literatura fueron testigos de un romance. Al poco tiempo de
iniciarse este idilio, Patricia renunció a su labor como asistente personal de
Borges; mientras tanto, Don Fe continuó
con sus escritos en la prensa y en editoriales de algunas revistas. Sus
poemas y cuentos merecieron cierto
aprecio y elogio de la crítica literaria argentina. Era un hombre muy humilde y
austero.
Aquel
romance andaba viento en popa. A dos años de novios, Don Fe le propuso
matrimonio y Patricia no lo pensó dos veces. Fueron felices un corto tiempo,
pues Patricia enfermó y murió de cáncer al seno. De alguna manera, se volverán
a ver en la eternidad, es lo que suele suceder con los matrimonios. Sabía que
su período de vida se acortaba inevitablemente. La vieron varios médicos y el
diagnóstico fue el mismo. Las enfermedades son débiles ante el amor y la
esperanza.
Poco
tiempo antes de morir, dejó una carta de despedida, que aún la conserva Don Fe
en un andamio, al lado de su lecho. La muerte de Patricia, fue el inicio de su
vejez espiritual, la idea de perderla lo llevó por caminos de locura, que pudo
vencerlos.
En
aquella noche de recuerdos, añoró aquellos años argentinos, de buena bonanza en
su vida, pero se mezclaba con una tristeza que lo obstruía mentalmente. Se
levantó de improviso de la cama, rumbo a la morada de Pablito. Tocó la puerta y
Pablito lo recibió con asombro, pues eran dos de la mañana.
Entró
con ánimos de conversar, pero su llanto lo venció y en los brazos de su amigo
se hechó a llorar. Pablito lo consoló muy tiernamente. Le besó la frente y las
manos y el pobre viejo dejó de llorar. Le contó toda la historia de la mujer de
las fotos y le pidió perdón por haberle correspondido mal. Pablito entendió las
razones y le pidió que le contara más aquella noche de su romance con Patricia
y la personalidad de Jorge Luis Borges.
Se
hacía fines de Julio y la ansiedad por el viaje era cada vez mayor. Faltaban
algunos días y Pablito seguía enamorado de Verónica. Beto y Pepe (sus mejores
amigos), ya le habían aconsejado hasta la saciedad de que le declara su amor a
Verónica de una vez por todas. A la salida del colegio, empujando a Pablito,
Pepe y Beto consiguieron que se acerque a hablarle, para invitarle a salir o a
dar una vuelta. Se acercó tan rojo como un tomate. Le preguntó primeramente
sobre el resultado de sus exámenes bimestrales, luego se ofreció para
acompañarla a su casa. Pero, Verónica se iría acompañada de Carlos Perea, un
muchacho presumido, quien organizaba las cacerías de gallinazos en el bosque.
Pablito le dijo:
-
¿Es tu amigo ese pedante?
-
Es un buen chico. Le respondió Verónica.
-
Pero, si es creído. ¿Has visto con quién
se junta?
-
Es muy buena gente conmigo. Me trata
bien. Además, es mi problema, Respondió enojada Verónica.
-
No te enojes. Solamente estoy preocupado
por ti. Ese tal Carlitos me da mala espina.
-
No te preocupes. Estaré bien, concluyó
Verónica.
Pablito
regresó donde sus amigos Beto y Pepe. Los tres caminaron rumbo a casa.
Fueron
a dar unas vueltas por el centro de la
ciudad, era Viernes. Tomaron unas pocas
cervezas, hablaron de chicas, Pablito estaba muy callado, comieron unos
sandwichs. Siendo ya el atardecer, fueron a una exposición de libros. Pablito
les dijo que, sería cuestión de pocos minutos. Pablito revisó libro por libro.
Al final, compró una novela de Mario
Vargas Llosa: La Tía Julia y el Escribidor. Un
libro algo interesante, autobiográfico, caracterizado por un excelente
manejo de la narrativa, que a la vez, se presenta dinámica. Narra el idilio
entre el autor y la cuñada de su tío Lucho (llamada la tía Julia). Los hechos
hablan de un Vargas Llosa adolescente, entusiasmado por escribir, un
universitario inclinado a la cultura en general, especialmente a la literatura
universal. Enamorado de novelas de aventuras, admirador de Sartre y Alejandro
Dumas. La novela relata amenamente los pasajes de su romance con la tía Julia,
conversaciones nocturnas, salidas al cine,…
De
igual manera, relata muy a su estilo, su vida en Radio Panamericana y su
extraña relación con Pedro Camacho; un personaje alocado, que escribía los
guiones de radionovelas de ese entonces. Pedro Camacho era el escritor más
reconocido en esa época, podía escribir veinte y cuatro horas diarias y su
imaginación seguía produciendo historias ficticias. Tuvieron mucho éxito sus
producciones radiales, pero terminó en un manicomio. La obra nos cuenta cuando
Vargas Llosa habla con su padre (quien temía) sobre su supuesto casamiento con
la tía Julia. El padre aceptó su independencia, a cambio de que ahora en
adelante “Varguitas” se las arreglaría solo para vivir. Tuvo Vargas Llosa que
realizar un sin fin de trabajos para poder mantener a la tía Julia, desde
registrador de nichos del cementerio hasta asistente y secretario de Raúl
Porras Barrenechea. Sus múltiples relaciones con gente de la bohemia limeña, le
permitieron conseguir trabajos extras y desarrollarse en un mundo cultural más
amplio y más rico. La mencionada obra concluye con su viaje a París (ciudad que
a él le fascinaría) y cuando conoce a su siguiente esposa: Patricia Llosa.
Después
de pagar por el libro, Pablito y sus dos inseparables amigos, caminaron un poco
más alrededor de tiendas comerciales y calles oscuras. Luego, se despidieron.
Dirigiéndose a su casa, Pablito medio meditabundo, quiso pasar cerca de la casa
de Verónica. Su admiración fue grande cuando divisó el farol prendido de su
fachada, y la miró a ella acompañada. Pablito se acercó un poco más. Cuando vio
que Verónica besaba a Carlos Perea. Se quedó atónito, no podía creerlo, sentía
que se le venía el mundo abajo. Se quedó un tiempo, ahí plantado quietamente,
hasta que Carlos se despidió de Verónica. Pablito permaneció un momento más
observando la casa y el farol que iluminaba tímidamente la cuadra.
Decidió
ir a hablarle a Don Fe- ya era un poco tarde-, tocó la puerta y Don Fe lo hizo
pasar.
-
Por lo visto, con la cara que traes, es
que algo te preocupa.
-
¡La vi Don Fe! ¡La vi! Estaba allí
besándose con Carlos, le contó Pablito.
-
¿Quién es Carlos?
-
Es un pituco del Quinto año, un patán.
¿Ahora, qué voy a hacer?
-
¡Calma! No todo está perdido en el amor.
Tienes que tranquilizarte Pablito. El amor a veces es como un juego. Hoy te
tocó perder. Pero mañana puedes ganar. Depende de ti. Si en verdad la quieres y
estás enamorado de ella. ¡Insiste! Como yo insistí con Patricia, le recomendó
muy inteligentemente el viejo Don Fe.
Pablito
le dijo que necesitaba un trago para calmarse. Don Fe le invitó debido a su
edad solamente una copita de pisco. Aquella noche durmió en la morada de Don
Fe.
Al
alba siguiente, se fue a su casa. No tenía muchas ganas de ir al viaje, sin
embargo; empacó en su pequeña valija, algo de su ropa y el dinero que
generosamente le prestó su tía. Dejó un poco arreglada su casa y una carta para
su Mamá- que ya sabía lo del viaje-, le decía que regresaba pronto.
Aquel
día lo pasó entre amigos, jugando un poco de fútbol. Las tareas escolares ya
habían terminado, y el colegio, no fue invitado a participar en los desfiles
por aniversario del país. Repentinamente un bullicio paralizó el partido. Una
caravana de carros y camionetas, dando ¡vivas! a la llegada del Presidente
Fujimori a la localidad de Cayma. Fujimori vestía una camisa blanca y una
casaca gris, como también pantalones claros. Extremadamente sonriente- parado
en la parte posterior de una camioneta Chevrolet-, saludaba a toda la gente del
pueblo, fue muy ovacionada su llegada al pueblo- ya por segunda vez en un año-.
Pablito, Pepe y Beto fueron a saludar al Presidente, quien les hizo un gesto de
saludo cordial. En medio de bocinas y arengas, Pablito corrió a casa de Don Fe
para contarle que había saludado al Presidente del Perú.
Cuando
entró a la habitación, se encontró con un panorama trágico. Don Fe estaba
recostado en el suelo. Desesperado fue a despertarlo, y, Don Fe no reaccionaba,
apenas murmuraba unas palabras, estaba sufriendo un infarto. Salió de la
habitación para pedir ayuda, pero, en medio de la gente y el ruido, casi nadie
lo escuchó.
Pepe
y Beto se percataron de la presencia llamativa de Pablito, y acudieron a él.
Enterados de lo que estaba pasando, llamaron a una ambulancia, la cual tardó
mucho en llegar. Mientras tanto, Sergio Peralta, estudiante de Medicina de la
San Agustín, vecino del barrio, acudió en ayuda de ellos. Atinó a practicarle los
primeros auxilios, pero Don Fe los dejó en el intento de salvarlo. Recién en
ese momento llegó la ambulancia. Pablito se recostó en el pecho de Don Fe, y
lloró como un niño, sin quejidos ni gritos. La ambulancia se retiró.
Afuera
el bullicio terminó y la gente del pueblo, al ver retirarse a metros a una
ambulancia, preguntaba qué había pasado. La noticia, como es común en los
pueblos del Perú, corrió rápido y todos ya sabían lo que había ocurrido. Había
muerto el viejo Don Fe.
Esa
noche fue el velorio, en la misma casa donde Don Fe vivió sus últimos años. Al
día siguiente, fue el entierro en medio de una muchedumbre, en el cementerio
del distrito. Por pequeñas donaciones, es que se pudo pagar todos los gastos.
En el entierro, Pablito habló algunas palabras:
“
…Quizás muchos de ustedes no lo conocieron, como yo lo conocí. En verdad, fue
un gran tipo, una gran persona. Fue muy interesante su vida. Espero algún día
contarles completamente. Para mí, no ha muerto mi amigo, sigue de pie, como
siempre. Quiero recordar siempre sus palabras, consejos y caricias. Mi pequeño
Don Fe, mi gran amigo. No te voy a extrañar mucho, pues te voy a rezar. No
olvide de saludar a Patricia de parte mía. Patricia fue su gran amor. Lo cierto
es que a Don Fe siempre le palpitó su buen corazón. ¡Hasta Mañana Don Fe!
¡Hasta Mañana!”
Aquella
tarde de Domingo, un día antes para el viaje, estaba solo en su cuarto. Cuando
sus dos infalibles amigos fueron a visitarlo. No quería Pablito hablar de nada,
ni de Verónica, ni del viaje. Pepe y Beto le expresaron que solamente querían
hacerle compañía, y que podía contar con ellos para lo que hiciera completa
falta, esos son los buenos amigos. Les agradeció con un abrazo a cada uno. Sus
amigos, le dijeron que no irían al viaje si él no iría, y que aquello ya estaba
acordado entre ellos.
Una
vez más, la noche fue muy pensativa para Pablito. Reflexionaba en muchas cosas,
su insomnio inundaba sus pensamientos. Don Fe ya no estaba con él, pero tenía a
sus dos amigos. No le encontraba sentido realizar ese viaje, aunque lo había
deseado mucho.
El
lunes por la mañana, Beto y Pepe estaban reunidos en la casa de éste último.
Sabían que Pablito Garay no vendría, razones no le faltaban. Cuando estaban
desempacando sus maletas, los sorprendió.
-
No es necesario hacer tal cosa, les dijo
Pablito.
-
¡Pablito! dijeron sorprendidos.
-
Apurémonos. En pocos minutos parte el
bus hacia Lima, enfatizó Pablito.
En
medio de lo que canta un gallo a la puesta del amanecer, llegaron a la estación
de buses. Los esperaban sus compañeros de aula, Pablito pasó de largo frente a
Verónica y Carlos. El viaje a Lima fue un poco largo y tedioso. Llegaron a las
cinco de la madrugada al aeropuerto Jorge Chávez. Después de pasar todos por la
revisión de la agencia, subieron al avión. Eran cuarenta y ocho alumnos los que
partieron rumbo a Iquitos, llegaron en la mañana del día Martes.
La
mañana estaba nublada en la ciudad tropical. El aeropuerto era muy pequeño
construido con soportes de madera, de aspecto sencillo, con salones
relativamente espaciosos. El control no fue muy riguroso como en el aeropuerto
de Lima. Se divisaba una pista de aterrizaje, repleta de avionetas y un par de
jets pertenecientes a la Fuerza Aérea.
A
pesar de un clima nublado, el calor se dejaba sentir, era un calor que sofocaba
incansablemente. Los esperaba un bus de turismo. De camino al hotel Pablito
observaba detenidamente los alrededores y recordaba a Don Fe, lo que le contó
aquella vez de su viaje a Iquitos, cuando se perdió en un trecho de selva
virgen. Mirando chozas rústicas al pie de pequeños riachuelos, contemplando el
vuelo tenue de algunos pájaros bicolores, deslizando su vista hacia el
horizonte, divisaba con más claridad que desde el avión, la belleza de la
naturaleza tropical. El viaje a la ciudad fue un poco largo, pero Pablito
seguía observando todo, al mínimo detalle.
Al
llegar al hotel, una recepción los esperaba. Les indicaron cuáles serían sus
habitaciones. Pablito, Pepe y Beto solicitaron el mismo cuarto. Los tour
programados para el viaje, se iniciaron el mismo día de llegada. Divididos en
pequeños grupos y conducidos por un guía del lugar, se dirigieron con destino
hacia algunos embarcaderos y pequeños puertos, donde los pescadores se
mantenían en grupo con destino al Amazonas. Las vistas hacia los ríos eran cada
vez más impresionantes. Conocieron la plaza principal, rodeada de pequeñas aves
candorosas, que querían y advertirles la llegada de una lluvia. En medio de un
fuerte aguacero siguieron recorriendo, del mercado principal a la avenida
Tacna, degustando algunos licores como el rompe calzón, trago hecho en base a
resina y miel de abeja, jarabes de naranja, chuchuwasi, etc. La bienvenida fue
muy cálida, la gente era muy agradable y alegre. Iquitos tiene un toque de
lugar populoso y gentil.
Fueron
los primeros días donde congeniaron mucho entusiasmo con la ecología, muchos
sueños con la libertad, despertaron sus paradigmas a nuevas visiones modernas;
contemplando en lancha la magnitud del Amazonas, la bravura del Marañón,
observando en el lejano recóndito de sus
trechos, el enigma de la selva y la inquietud de llegar a sus confines y
aposentos. Transcurrieron así los días, en medio de paseos y salidas nocturnas
a las discotecas de la ciudad, siempre éstas últimas repletas de gente.
Discotecas
llenas de música vívida como la zamba. Contagiadas a plenitud, del donaire
brasileño en sus ritmos y pausas. Enardecidas de juventud y amistad,
concurridas por hermosas muchachas y extremadamente divertidas.
Una
de las últimas noches que Pablito regresaba al hotel, vio a Verónica con Carlos
discutiendo en plena calle, a horas de la madrugada. Se acercó sin temor alguno
de prisa, pues se trataba de su amada Verónica. Cuando de un momento a otro el
tal Carlitos la empujó contra la pared y le dijo que ella no era nadie para reclamarle
celos. La quiso golpear, cuando Pablito interpuso su mano con fuerza contra la
de Carlos, y, lleno de ira, con los ojos rabiosos y la expresión furiosa, lo
golpeó en la cara. Fue tan fuerte el golpe, que Carlos terminó derrocado en la
vereda, sin ánimo de levantarse y defenderse. Le incriminó Pablito que era una
vil basura y un pobre imbécil. Agarró de la mano a Verónica y se la llevó. Ella
seguía llorando. Después se calmó un poco, Pablito la abrazaba muy
estrechamente.
-
Te dije que ese Carlitos es un pobre
diablo y un miserable. Le dijo muy enojado.
-
Discúlpame Pablito por no escucharte,
dijo arrepentida Verónica.
-
¿Sabes que a la luz de la luna te ves
más bonita?. La piropeó.
-
¿Y tú sabes que eres el mejor muchacho
que he conocido?
-
Ya lo sabía, le dijo en son de broma. Quiero
enseñarte un lugar, que no debe estar muy lejos de aquí. Alguien alguna vez me
dijo que el amanecer en la selva es ¡fantástico!
Desde
un boulevard, cayendo la noche, avizorando ya la mañana, contemplaron abrazados
la salida del sol, con un preludio único de cánticos ilustres, con un bullicio
incansable de innumerables animales de vuelo, sintonizados en medio de un
mágico despertar.
Celebrando
la llegada de un nuevo día, Pablito y Verónica no cesaron de besarse y hacerse
mimos uno al otro. Pablito empezó a contar:
“
Hace algunos años conocí a un viejo amigo, de barba crecida y mediana estatura.
De ojos pequeños y hablar interesante. Don Félix Valverde era su nombre…”
Nació
en Arequipa el 1 de Diciembre de 1974. Estudió en el Colegio San José. Aunque
es Economista (titulado con felicitación pública) y Administrador de Empresas,
con estudios de Maestría en Gerencia Social y Gestión del Desarrollo, desde
niño cultivó la lectura y se animó a escribir algunos poemas y cuentos. Es en
esta etapa de su vida, donde ingresa a explorar el infinito mundo de las
letras, con el aliento de sus padres. Muestra una clara predilección en sus lecturas por Borges, Vallejo, Neruda,
Shakespeare, Chesterton, Dickens, Cervantes, Sábato, Ribeyro, Mistral, entre
otros. Le interesan también temas
filosóficos. Ha leído a varios filósofos: Sócrates, Platón, Aristóteles, Hume,
Spinoza, Schopenahuer, Pascal, Leibniz, Locke, Kant, Santo Tomás de Aquino, San
Agustín, etc.
Es
uno de los ganadores en Poesía del Concurso Internacional de la
Fundación-Editorial EDBROH el 2012, con
el poema Ojos tristes y está entre
los ganadores de algunos concursos literarios internacionales. También fue uno
de los ganadores del Concurso a nivel nacional de Cuentos del diario El
Comercio con el relato A veces el olvido
el año 2014. Pertenece a esta nueva generación de poetas y escritores. Es
Miembro Honorífico de la Asociación de Poetas de Latinoamérica (ASOLAPO).
Ha
escrito artículos para los diarios Correo
y Arequipa al día. Ha sido columnista
de los diarios El Pueblo y
quincenario Encuentro en temas
literarios, culturales y económicos. Lleva publicados más de 50 artículos.
Ha
enseñado en la Universidad Católica San Pablo, Universidad Tecnológica del Perú
y Universidad Autónoma San Francisco. Ha sido Docente en varios institutos e
Investigador del Instituto Superior
Tecnológico del Sur en temas económicos y culturales. Ha sido Investigador de
la Universidad Católica San Pablo, de la cual actualmente es Colaborador con
publicaciones. Ha trabajado en diferentes empresas. Ha sido también
conferencista académico.
Y
LLEGO LA POESIA es su primer poemario. POEMAS SELECTOS DEL PENSAMIENTO es su
segundo poemario. IMPRONTA es su tercer poemario. MI TIEMPO Y MI MUNDO es su
cuarto poemario. MIS HISTORIAS POSIBLES es su primer libro de cuentos y
relatos. LA CULTURA DE NUESTRO TIEMPO es su primer libro de artículos
periodísticos. La VERDAD DE VIVIR es su segundo libro de cuentos. Tiene en
proyecto escribir una novela autobiográfica y un poemario.
Su
blog es: ggfernandezdelcarpio.blogspot.com
Es mi segundo libro de cuentos, publicado el 2024.
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